martes, 27 de diciembre de 2011

Quinto domingo de Adviento

Demasiado tiempo he estado en la sombra, me temo.

Para terminar el año, ya que descarto hacer el típico balance de todos los diciembres, quería aburriros (¿hay alguien ahí?) reflexionando un poco sobre la Navidad. Últimamente he leído algunos datos curiosos sobre ella (¿Sabías que según la tradición finlandesa Santa Claus viaja montado en una cabra?) por eso de intentar ser una teacher molona que no sólo se ciñe al libro, pero creo que voy a irme un poco más cerca:

¿Por qué a los adultos no nos gusta la Navidad? 
Por regla casi general tenemos el típico "La Navidad me entristece". ¿El qué te entristece? ¿La cantidad de luz de más que se gasta para iluminar toooodas esas lucecicas que a nosotros, borregos impresionables, nos atraen a las tiendas que las financian para gastarnos los duros que tanto trabajo nos cuesta ganar? ¿La cantidad de niños cuyas cartas los Reyes no recibirán o, lo que es peor, a los que verás la tarde del día 6 de enero trasteando con un iPhone que apenas cabrá en sus pequeñitas manos?


Seamos francos señores: la Navidad no gusta porque es un rollo. Es cuando por narices tienes que reunirte con la familia; sí, con esa familia a la que no ves durante el resto del año porque básicamente no te apetece ni un poco. Es época de, porque sí, tener que compartir mesa con todos esos compañeros de trabajo que ni siquiera te caen bien y pensar en el suicidio colectivo cada vez que el jefe cuenta un chiste al que jamás podría encontrársele la gracia. Es la época en la que todas las cadenas de televisión confabulan en tu contra y te dan dos alternativas a cuál más deprimente: 1) Secuencias de imágenes que mezclan perritos que hablan, Papás Noeles amnésicos, y huerfanitos; 2) Noches de España Brava con cantantes "caspa" y coplas a la muerte de nuestra integridad mental.


¿Por qué la he tomado con este post en la Navidad?
No estoy resentida por no haber recibido un juego de mesa en particular o una muñeca Barbie. Simplemente me parece que estamos anclados en el pasado. Son momentos que, aunque cotidianos, cada vez me resultan más cargantes, cansinos y deprimentes de los que tristemente es difícil escabullirse. Me consuela pensar que hay otros 364 días en el año en los que podemos vivir tranquilos, sin paripés y comiendo huevos fritos con patatas sin que a nuestras madres/abuelas les parezca una herejía.


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