miércoles, 23 de marzo de 2016

El océano al final del camino (No Spoiler)

Tras un pequeño malentendido a la hora de empaquetar los regalos de Reyes, recibí como regalo la última novela de Neil Gaiman. Después de haber pasado un año en el que leer por placer se había convertido en prácticamente algo ilusorio, y tras quedar algo hastiada de Festín de Cuervos (que ya terminaré con calma antes de que estrenen la 4ª temporada de la serie y sienta deseos de matar cada vez que alguien comente lo "súper fuerte" que es algo en alguna red social), no me lo pensé y cogí con ganas El océano al final del camino, y me lo leí en literalmente dos sentadas.




¿Qué decir de él? No sé si todos los lectores/seguidores de Gaiman estarán de acuerdo con lo que estoy a punto de decir, pero para mí Gaiman es y siempre será un cuentacuentos. Incluso sus cómics, nunca excesivamente largos, siempre serializados, son una suerte de cuento, de relato breve. Y como cuentacuentos que es, me da la sensación de que a la hora de involucrarse en una novela, pincha. Para mi gusto, no consigue un comienzo lo suficientemente elaborado que después llegue al clímax de la narración, sino que de alguna forma suelta todo de golpe y llega al momento (semi)culminante demasiado rápido. Siguiendo dos de (lo que creo que son) las reglas fundamentales del relato corto, Gaiman se centra tanto en una sola acción y simplifica tanto todo, que el resultado es siempre, para mi gusto, demasiado simplón. 

Pero no es mi intención ningunear una novela que ha sido tan valorada en los últimos meses. No. Neil Gaiman tiene un don, un don insoslayable que hace que todo lo que escribe, nos guste o no, deje huella. Deja en nuestro interior un eco, una reflexión, un sentimiento... Tal vez no demasiado fuerte, pero sí bonito. Y que un autor consiga SIEMPRE suscitar como poco una leve sonrisa, es algo que no puedo dejar de valorar positivamente.


miércoles, 25 de diciembre de 2013

Fún, fún, fún

Hace casi dos años de mi última entrada. Y precisamente hace dos años aproveché para escribir sobre mi disconformidad con estas fiestas que acaban de comenzar y que aún tenemos que sufrir por unos diez días más.

Mi pensamiento con respecto a la Navidad no ha cambiado. Hoy me he visto en la necesidad de poner por escrito un hecho que me ha llamado la atención. Quizá en otro momento algo así me habría hecho   entristecer, pero en realidad me ha sacado una sonrisa.

Hace ya muchos años me encantaba escribir felicitaciones a mis compañeras del colegio. Muchas veces las enviaba sin que las clases se hubiesen terminado, de forma que existirá la posibilidad de recibir una respuesta. De la carta escrita, se pasó al SMS y sucesivamente a métodos cada vez menos personales y, también me atrevo a decir, menos sinceros.

Este año no he recibido ningún triste mensaje en cadena. No ha habido estrellas, brillos y arbolitos de Navidad. Puede que no haya recibido más de cinco felicitaciones (todas vía email, whatsapp o Facebook), y puede que jamás haya tenido una conversación demasiado cercana con más de dos de las cinco personas que me han felicitado, pero han sido de las más bonitas y sinceras de toda mi vida. Y sí, incluso en un día como hoy, han conseguido que sintiera el calor de la Navidad. Ése del que hay rumores que existe :)

martes, 27 de diciembre de 2011

Quinto domingo de Adviento

Demasiado tiempo he estado en la sombra, me temo.

Para terminar el año, ya que descarto hacer el típico balance de todos los diciembres, quería aburriros (¿hay alguien ahí?) reflexionando un poco sobre la Navidad. Últimamente he leído algunos datos curiosos sobre ella (¿Sabías que según la tradición finlandesa Santa Claus viaja montado en una cabra?) por eso de intentar ser una teacher molona que no sólo se ciñe al libro, pero creo que voy a irme un poco más cerca:

¿Por qué a los adultos no nos gusta la Navidad? 
Por regla casi general tenemos el típico "La Navidad me entristece". ¿El qué te entristece? ¿La cantidad de luz de más que se gasta para iluminar toooodas esas lucecicas que a nosotros, borregos impresionables, nos atraen a las tiendas que las financian para gastarnos los duros que tanto trabajo nos cuesta ganar? ¿La cantidad de niños cuyas cartas los Reyes no recibirán o, lo que es peor, a los que verás la tarde del día 6 de enero trasteando con un iPhone que apenas cabrá en sus pequeñitas manos?


Seamos francos señores: la Navidad no gusta porque es un rollo. Es cuando por narices tienes que reunirte con la familia; sí, con esa familia a la que no ves durante el resto del año porque básicamente no te apetece ni un poco. Es época de, porque sí, tener que compartir mesa con todos esos compañeros de trabajo que ni siquiera te caen bien y pensar en el suicidio colectivo cada vez que el jefe cuenta un chiste al que jamás podría encontrársele la gracia. Es la época en la que todas las cadenas de televisión confabulan en tu contra y te dan dos alternativas a cuál más deprimente: 1) Secuencias de imágenes que mezclan perritos que hablan, Papás Noeles amnésicos, y huerfanitos; 2) Noches de España Brava con cantantes "caspa" y coplas a la muerte de nuestra integridad mental.


¿Por qué la he tomado con este post en la Navidad?
No estoy resentida por no haber recibido un juego de mesa en particular o una muñeca Barbie. Simplemente me parece que estamos anclados en el pasado. Son momentos que, aunque cotidianos, cada vez me resultan más cargantes, cansinos y deprimentes de los que tristemente es difícil escabullirse. Me consuela pensar que hay otros 364 días en el año en los que podemos vivir tranquilos, sin paripés y comiendo huevos fritos con patatas sin que a nuestras madres/abuelas les parezca una herejía.